por Manuel Bence Pieres
QUE NO CAIGA LA AVENTURA
QUE NO CAIGA LA AVENTURA
“Esta cuestión de sacar tanto material junto
por un lado es vistosa porque no mucha gente hace esto, parece de Record
Guinness”, dice Tomi Lebrero, “pero por otro lado anula el material, como quien
tiene la fábrica de hacer chorizos”. Y tiene razón, no hay muchos músicos que graben
un álbum duodécuplo. Él mismo confiesa que tuvo que ir al diccionario. Según la
RAE: que contiene un número doce veces exactamente. La nueva obra de Lebrero
tiene 12 discos, todo un record. En la era de lo instantáneo, del hashtag y los
influencers, donde el Long Play parece demodé, hacer un álbum de más de 200
canciones es todo un gesto. Es probable que él mismo no se imaginara la
dimensión de la hazaña cuando comenzó con este proyecto. Pero como canta en
“Adventures”, canción incluida en la cuarta entrega del disco: “que cae, que rueda y si rueda que no caiga
la aventura”.
Ahora
sentado sobre el sofá del PH donde vive en Chacarita, a pocas cuadras del
cementerio, se queja de los dolores que lo afligen. Hace un mes se cayó del
caballo y se lastimó un brazo. El dolor le impedía tocar la guitarra y el
bandoneón con normalidad, entonces empezó a hacer kinesiología. Justo cuando
parecía estar recuperándose, chocó con otra bicicleta mientras andaba por la
bicisenda. Y fue volver a empezar de nuevo. “Creo que me hice mierda un
pulmón”, dice. Y bromea: “¡por ahí es mi última entrevista!”. Va a ir al
médico, tiene que terminar con esta maratón. Fueron casi seis años entre
grabaciones, ensayos, carpetas llenas con letras de canciones, idas y vueltas, planillas,
colas en oficinas del Estado, nuevas canciones que iban apareciendo y no podían
quedar afuera. Fue una verdadera maratón, interminable. Esto está muy bien
representado por las imágenes promocionales del disco, que lo muestran en
cuclillas, con vincha roja, ropa deportiva y su distintivo rostro barbado, dispuesto
a comenzar la carrera. Ya lleva
publicados once discos de la saga que comenzó a subir a spotify en septiembre
del año pasado bajo el título “12”. Todavía le falta uno y, a pesar de tantos
contratiempos (“su centauro está fisura”),
trabaja a contra reloj para ponerle broche a su obra antes de octubre.
¿Pero
por qué no hace más ruido la aparición de una obra de semejantes
características? A fin del año pasado, cuando las revistas especializadas
suelen sacar sus listas con los mejores álbumes del año, publicó en instagram:
“Veo las listas de los discos del año y no estoy en ninguna. ¿Ni una mención a
un disco de 160 canciones que va saliendo mes a mes?”. La imagen que acompañaba
el texto mostraba el fin de la maratón: Tomi acostado en el pasto, sin aire, fusilado,
con los brazos abiertos. En “Milonga pa’ San Carlos”, del cuarto disco, se
repite el reclamo en forma de payada: “Yo
que soy cantautorzuelo/también he tenido que trabajar para alguna estrella de
turno/o para algún periodista onda Rolling Stone, Inrockuptibles/Y poco han
hecho, che/en 13 años ni una sola nota”. Pero Tomi está orgulloso de su
obra, de cada uno de sus discos, a pesar de por momentos no generar la resonancia
que espera en la prensa. “Hay momentos de desesperanza”, dice. Luego imposta la
voz, como poniéndose el traje de alguien con aires de estrella de rock: “Ah, yo
siempre compuse mucho, soy un genio, los temas me salen…”. Ahora hace una pausa,
y se desinfla: “No es así. Tenes que vivir mucho, caminar mucho, darte contra
las paredes muchas veces, para sacar un pedacito de emoción. No es que los
temas me salen así: ‘ay, que loco estoy’. Hay mucho esfuerzo puesto en los
discos”.
No
hay demasiados precedentes de un álbum como “12”. Cuando se terminaba el último
milenio Andrés Calamaro se encerró en su departamento con una portastudio y le
dio vida a “El salmón” (2000), un disco quíntuple. Fue Jano Seitún, amigo y
socio musical de Lebrero desde la infancia, el que en broma bautizó al disco
como “La trucha”, en alusión a la obra de Calamaro. Sin embargo, cuando habla
de su disco Tomi prefiere despegarse del ex Abuelos de la Nada.
-El
disco en un momento se iba a llamar “La trucha”, pero me pareció que era
hacerle demasiada honra al disco de Calamaro. Así que elegí un título más
anodino. Me costó mucho encontrar un título para la obra. Finalmente, entre el
diseñador y mi primo me ayudaron, y llegamos a este. La idea era un poco eso,
llegar a un título más neutro.
-¿De dónde surge la idea
de hacer un disco tan largo?
-En
el 2008 empecé a dar talleres de composición junto a Jano. Y ahí comencé a
tener otra relación con la canción, porque pasé de sólo componer a una instancia
de analizar más la canción y corregir. Paralelamente, yo siempre compuse mucho.
Y en el 2015, Lucila Pivetta, una amiga, bajista del Puchero, hizo un proyecto
que era sacar una canción por día durante 100 días. Me acuerdo que pensé: ¡qué
hija de puta Lu! ¡Yo quería hacer algo así! Entonces me puse a pensar: yo puedo
hacer algo así… ¡tengo 100 canciones en el cajón! Así que busqué elevar la
apuesta. Porque ella solamente filmaba un video y lo subía.
-La producción es
bastante cuidada a pesar de la extensión del disco.
-Por
lo menos está a la altura de mis otros discos. Cada canción tiene su razón de
ser. Hay algunas que son más bien separadores, más experimentales. Era un poco
lo que buscaba en una obra tan larga. Así y todo, me parece que todos los temas
tienen su razón de ser. “El salmón”, que es otro disco largo, tiene ese
espíritu más de ready make. Si bien
tiene cosas alucinantes, a la misma vez se nota que es un disco de tres meses,
de tres amigos tomando falopa. Tiene cosas brillantes, pero varios momentos muy
descuidados. Me parece que ese no es el espíritu de “12”.
Para
explicar las características de su nueva obra tiene que recurrir a analogías
impensadas. Le gusta citar a otros compositores, músicos o escritores famosos.
Pero ahora, extrañamente, se sirve de la nutrición: “A mí me interesa siempre
armar platos balanceados. En un momento me copé con la macrobiótica, que dice
que en el plato debe haber un tanto de cereal, un tanto de verdura, otro tanto
de proteínas… Acá en estos 12 discos que estoy armando, quiero que haya temas
más arreglados y establecidos, otros intermedios, otros más readymake,
improvisaciones”.
De
la macrobiótica pasa a citar a alguno de sus compositores predilectos: “Javier
Krahe dice que a él le gusta contar historias y que no le pidan otra cosa. A mí
no. Yo tengo una tendencia hacia lo narrativo, me copa mucho lo narrativo
dentro de la canción, casi todas mis canciones son como cuentitos. En ese
sentido, tanto Brassens como Krahe me pegaron mucho. Pero también hago
esfuerzos para ir hacia temas diferentes a lo narrativo”. De golpe se jacta de
que en “Gualeguay”, uno de sus temas más conocidos, no impera lo narrativo.
Y hace un análisis de la letrística del rock nacional: “En Argentina no hay tanta
tradición narrativa. Si bien están Peperina, Cachito, 11 y 6, lo narrativo no
es lo que prevalece en el rock nacional”.
Hay
una experiencia lebreriana que pareciera más asociada al vivo. Ahí predominan la espontaneidad, la improvisación y cierta locura que completan The Lebrero Experience. Aspectos que a
priori serían difíciles de trasladar al disco. Sin embargo, hay algo de eso que
puede percibirse con la escucha de “12”. Cuando se lo comento, en nuestro
primer encuentro, Tomi se alegra de la crítica. Por momentos parece cansado y
se agarra el brazo que se lastimó domando a un potrillo en la estancia
familiar, en Dolores. “Hay un poco una cristalización del estilo”, dice. Hace
una pausa y vuelve sobre sus propias palabras: “que duro decir cristalización
del estilo, porque no hay nada peor que cristalizar el estilo. Pero bueno, hay
algo de clasicismo lebreriano si se quiere”. Luego confiesa que recibe reclamos
de parte de la audiencia, que le piden que sus discos suenen más parecidos al vivo.
“Es muy difícil, mis shows son muy performáticos”, sostiene. No está tan seguro
de que eso se vea reflejado en este disco, pero le gustaría satisfacer el
pedido de su público. “Probablemente después de ‘12’ me mande a hacer algo así
más en vivo, más performático”. Finalmente, rechaza mi tesis, a pesar de haber
celebrado la crítica hace tan sólo un instante: “Este no es así, es más un
disco de estudio”.
HAY OTRA CANCIÓN
Tomi
Lebrero asomó la cabeza en la escena cultural porteña en 2005, con la
publicación de su primer disco “Puchero Misterioso”. Eran momentos en los que
el horizonte del rock se había achatado y parecía haberse quedado sin nada para
decir. En medio del furor del rock barrial aparecieron un grupo de cantautores
que sí tenían algo para decir y que habían tomado como bandera bajarle el
volumen a la escena musical. Había una necesidad de una nueva canción que
representara a esa generación. Esa canción ponía el foco sobre las letras y
recuperaba el interés por lo acústico, además de abarcar de manera
desprejuiciada diversos géneros. En medio de todo eso a Pablo Dacal se le
ocurrió escribir un manifiesto, a modo de panfleto, que expresara esa grieta
que se había generado, al cual tituló “Asesinato del rock”. Un poco a la manera
de los surrealistas de los años 20, o del movimiento del Nuevo Cancionero, que
reformó el folclore en los años 60, Dacal resumió en un un par de puntos lo que
muchos sentían sobre el género: que no representaba a esta generación, que se
había vuelto conservador, que estaba falto de ideas y que había que encontrar
nuevos canales de expresión.
Al
mismo tiempo que presentaba su primer disco en el MALBA, con su grupo el
Puchero Misterioso, Lebrero empezó a vincularse con otros cantautores, junto
con quienes marcaría el pulso de la escena de los siguientes años. Fue Gustavo
Álvarez Nuñez -poeta, editor y director de la revista Les Inrockuptibles-, quien
le sugirió a Dacal que escuchara lo que estaban haciendo Tomi Lebrero, Pablo
Grinjot y Jano Seitún, que había empezado a presentarse bajo el seudónimo de Alvy
Singer. Así lo recuerda Grinjot: “Primero me invitó a mí a cenar y la conocí a
Tálata Rodríguez, que estaba en pareja con él. Ahí me habló de Tomi y Jano,
pero lo loco es que el gesto de convocatoria lo hiciera Pablo Dacal, porque
Jano, Tomi y yo ya nos conocíamos de antes de acá, de zona norte. No se nos
había ocurrido juntarnos, pero hubo otro de afuera del círculo que nos convocó
y salió natural. Era obvio que nos teníamos que encontrar, que había que hacer
algo juntos”.
Jano
Seitún había formado parte del primer grupo de Tomi, Mona Lisa, cuando todavía
iban al colegio. Luego, durante un tiempo, siguieron rumbos diferentes. Jano
tuvo sus años de fascinación con el jazz, empezó a estudiar contrabajo y formó
parte de la Orquesta Académica de Tango del Teatro Colón. Al mismo tiempo, Tomi
se compró un bandoneón y empezó a estudiar con Rodolfo Mederos. Fueron varios
años donde se sumergió en el universo del tango, se unió a la Orquesta Típica
Fernandez Fierro, y hasta hizo un par de giras por Europa acompañando a un
ballet junto a un seleccionado de jóvenes bandoneonistas armado por Mederos.
Después de esos años de formación académica (y no tanto), la canción los volvería
a juntar. “A Tomi siempre lo tuve cerca, me daba cuenta de que él estaba
haciendo un proceso similar al mío, pero desde un lugar más tanguero. Él
también empezaba a juntar ese mundo de la canción que traía desde chico, pero
que lo tenía de alguna manera postergado, con esos estudios que estaba haciendo
sobre el tango. Y, de repente, escuchamos de otro loco que hacía algo parecido
con la música clásica, que era Grinjot, que tocaba con una orquesta de cuerdas.
Y él nos contó de Dacal que hacía algo parecido, pero con la onda de la chanson
francesa”, recuerda Jano. “Había mucha efervescencia”, dice Tomi al rememorar
esos comienzos: “cada uno dentro de ese grupo tenía un poco su característica.
Jano tenía su Big Band que era más jazzera; Dacal estaba con la Orquesta de
Salón que era más como una fanfarria, más balcánica, con instrumentos muy
diversos; Grinjot tenía un fetiche más clasicón, más académico, con violines; y
yo tenía un fetiche más criollo y tanguero”.
La
primera formación del Puchero Misterioso tomaba como modelo a las antiguas
orquestas de tango. Estaba formado por Acha Ludeña en contrabajo, Ramiro
Miranda en violín, Mariano Heler en guitarra y Lucas Argomedo en cello. Justamente
fue esa tendencia hacia lo acústico una de las cosas que hizo que Tomi se
identificara con Dacal, Grinjot y su amigo de la infancia, Jano Seitún: “Lo
común con los cuatro proyectos es que eran formaciones bastante acústicas, con
instrumentos muy propios del rock. Si bien todos teníamos una formación rockera
de cuna”. Pero los géneros que abarcaban sus canciones le escapaban al rock
puro y no tenían escrúpulos en meter todo dentro de la licuadora: “Una
generación antes era: sos rockero o sos tanguero, como que había una decisión. Nosotros
creo que fuimos la primera generación en decir: nos interesan las letras, los
instrumentos acústicos. Había un cambio de paradigma, sobre todo viniendo
después de los 90 que fueron muy rockeros, muy grunge, con bandas como Suarez o
Giradioses”, reflexiona Tomi.
Durante
los años 90 Pablo Grinjot colaboró como violinista en algunas bandas del under
porteño como Jaime Sin Tierra y Me Darás Mil Hijos. Sin embargo, a la hora de
armar su proyecto solista, se orientó por una formación despojada de instrumentos
eléctricos: “Encontramos que todos tocábamos con cajón peruano y ninguno con
batería, todos con contrabajo… ¡guau bingo! Encontramos a nuestros socios
ideales”, recuerda sobre esas reuniones seminales en las cuales se plantearon
las diferencias con lo que estaba sonando: “Yo creo que nosotros fuimos una
reacción contra el rock garage, no una reacción violenta o negativa. Quiero
decir, cuando te plantas lo primero que haces es plantear una distancia con lo
que hay”. En esas primeras reuniones, también se establecieron algunas
similitudes: “Nos sentíamos un poco filiados a Drexler y a Kevin Johansen, así
como a los Reincidentes y Mil Hijos. Pero por más filiados que estábamos, no
queríamos parecernos ni a uno, ni a los otros”, recuerda Grinjot. Kevin
Johansen no paraba de sonar en las radios con el hit “Down with my baby”,
mientras que Drexler había ganado un Oscar en 2005 con la canción “Al lado del
río”. Era inevitable la comparación, por el sonido despojado de las canciones.
Pero ellos no se sentían parte de la misma corriente: “En todo caso éramos
seguidores de los mismos proyectos”, explica Grinjot: “quizás ellos eran
hermanos mayores”. Tomi recuerda con cierto desparpajo la comparación de la
cual se sentía víctima: “Nos sentíamos bastante punta de lanza. Había algunas
referencias, pero capaz no las conocíamos tanto. Casi te podría decir que fue
una casualidad que por esos años aparecieran Kevin Johansen, Axel Krygier… pero
ellos no nos habían influenciado. Me acuerdo que yo tocaba y me decían: ‘ah, me
haces acordar a Kevin Johansen’. Y yo decía: ‘¡la puta madre, la verdad que no!’
Está todo bien, pero no es que yo había escuchado a Kevin, era una cosa más
generacional”.
En
septiembre de 2005 se presentaron por primera vez como colectivo de
cantautores. Fueron dos conciertos en el emblemático Teatro Margarita Xirgu, que
promocionaron con el título “Cuatro Solistas con Orquesta”. El flyer que
promocionaba el show mostraba a los cuatro “solistas” empilchados para la
ocasión: Jano vestido con un traje blanco, Tomi con una túnica blanca que le
daba un aire de profeta, Grinjot de chaleco y camisa blanca, y Dacal con una
campera verde oliva.
-Eran
para las postales y para unos afiches –recuerda Pablo Grinjot -. Incluso, en
vivo tocamos con esos trajes. Tálata trabajaba de asistente de Vicky Otero, una
diseñadora de indumentaria. Entonces Vicky nos hizo la ropa y nos cobró sólo la
tela. Nos hacían la gamba, nos hacíamos gamba entre todos. Se prendía todo el
mundo.
En
la elección de la sala, un viejo teatro de ópera ubicado en San Telmo, influyó
la apuesta por compartir sus canciones apoyados en sus orquestas, y de forma
acústica: “Le buscamos la vuelta para que sea una amplificación mínima”,
recuerda Jano. “Me acuerdo que no había amplificación individual, sino que
había unos micrófonos más ambientales que tomaban un poco lo que eran los
ensambles. Creo que había un micrófono siempre para el cantante, y dos condenser
más ambientales para que tomaran la banda. Y está bueno, porque también de esa
manera vos ensayas realmente sabiendo lo que va a escuchar la gente, aprendes a
hacer la mezcla vos”. Se habían tomado muy enserio aquello que decía Atahualpa
Yupanqui, en su libro “El canto del viento”, publicado en 1965: “Pareciera que
la guitarra, cuanto más se acerca a los micrófonos, más se aleja de la tierra y
sus misterios”. Había que alejarse de los micrófonos.
Era
habitual que estuvieran como invitados en los conciertos de los otros. Mientras
tanto iban apareciendo otros cantautores que se sumaban a la movida: Lucio
Mantel, Nacho Rodríguez, el Gnomo, Alfonso Barbieri, Juanito el Cantor, Ezequiel
Borra, entre otros. En octubre de ese mismo año el cuarteto de cantautores organizó
un ciclo en la Alianza Francesa donde homenajearon a músicos franceses como
Georges Brassens, Serge Gainsbourg, Erik Satie y Georges Bizet.
Dentro
de esa búsqueda de identidad había algo en el nombre que no los conformaba. Por
eso cuando se volvieron a presentar en 2007 en el Teatro IFT, en el Abasto, lo
llamaron “Ciclo de Cantautores con Orquesta”. De todos modos, el término
“cantautor” tampoco terminaba de convencerlos. “Tal vez esa palabra no nos
definía tanto porque tenía una connotación medio Paz Martinez, cantautor
español. Como que singing songwritter suena
un poco más elegante. Pero, no sé, elegimos cancionistas”, recuerda Tomi. Fue
Dacal el que acuñó el término que luego el periodista Martín Graziano
utilizaría en su libro “Cancionistas del Río de la Plata”, publicado en 2011,
para aglomerar a toda una generación de músicos. “Yo igual uso todos”, se
defiende Tomi. Aunque aclara: “si hay una tribu en la que me siento más ‘estos
son mis pares’, es en esta de los cancionistas”. A Grinjot la palabra lo remite
a un género de carácter menor: “Cantautor tiene cierta connotación, esa cosa
como que vas a un bar y hay un tipo con los parlantes cantando unas canciones
que por ahí son malísimas. Hay un género cantautor que me parece un poco más
ramplón. Nosotros creo que éramos un poco más joyeros de la música”. A Jano también
le hacen ruido la utilización de esos términos: “A veces esas palabras denotan
cosas con las que uno no se copa tanto. A mí todas en general me tiran
reminiscencias raras. Cantautor me suena a un bajón y solista me suena a Iván
Noble o a Ciro y los Persas. Son palabras difíciles”.
En
el 2012 el movimiento de cancionistas tuvo su momento de mayor popularidad. Al
cuarteto inicial se le sumaron Nacho Rodríguez, Alfonso Barbieri y Lucio
Mantel, para hacer un show con orquesta en el Teatro Coliseo. Al concierto lo
promocionaron con el nombre de una canción de Fito Paéz: Hay otra canción. Y el
rosarino fue el invitado estelar de la noche. Había allí un mensaje que
condensaba la importancia de esta generación, que le había dado un aire nuevo a
la música argentina. La escena había cambiado mucho desde 2005, pero había una
sensación de misión cumplida. “Había una especie de mito con respecto a esos
dos ciclos que habíamos hecho antes y se quería hacer eso, pero más grande”,
recuerda Grinjot sobre la propuesta que recibieron de parte del productor
Marcelo Ramos. “Lo del Coliseo más que un revival siento que fue el punto más
alto de todo ese recorrido”, dice Jano al evocar esa presentación a sala llena:
“Dacal estaba con ‘Las guitarras del tiempo’ que para mí es uno de sus discos
más lindos, Tomi estaba con ‘Me arrepiento de todo’. Cuando miro para atrás hay
un recorrido que arranca en el Xirgu y tiene su climax en el Coliseo. Junta
todo eso que nosotros hacíamos de manera artesanal y lo lleva a una cosa
esplendorosa, como de calle Corrientes, pero en la calle Marcelo T. de Alvear”,
dice Jano y se ríe de su ocurrencia.
Sin
embargo, hay sensaciones encontradas al evocar, no sin cierta nostalgia, esos
momentos de efervescencia. “Tengo recuerdos lindos de esa noche”, dice Jano:
“igual, no sé, digo que fue un momento alto de Tomi, pero siento que Tomi ahora
está en un momento altísimo. Lo que está haciendo este año es histórico… ¡el
chabón está haciendo un disco por mes! ¡Y de ese nivel!”.
Cuando
le pregunto por ese momento de su carrera, Tomi intenta evitar la idealización
del pasado o la saudade. De pronto, empiezo a notar cierta incomodidad con
respecto a mi intención arqueológica. Prefiere hablar de su nuevo disco,
teorizar sobre la canción o contarme de sus próximos proyectos. Finalmente, adopta
un tono serio, y dice:
-Siento
que son difíciles esas cuestiones de juntar tanta gente y de ponerse todos de
acuerdo como movimiento. Yo creo que todos tenemos sentimientos encontrados con
eso. Por un lado te sentís parte de un colectivo, y por otro lado uno siente la
particularidad de uno. Entregarte a un colectivo, someterte a ciertas reglas,
yo qué sé. Creo que somos todos demasiado anárquicos para hacer un movimiento
como de golpe puede haber sido el surrealismo”.
EL CAMINO TE HACE BIEN
-Creo
que me hice mierda un pulmón. El lunes voy a ir al médico.
-¿Cómo
estás del brazo? –le pregunto.
-Me
hice mierda, boludo. Venía re bien, re aplicado, curándome, y retrocedí veinte
casilleros al caerme de la bici.
Ahora
en el living del PH en Chacarita, con dos gatos custodiando atentamente sus
palabras, cuenta como fue el accidente mientras intentaba domar a uno de sus
potros: “Me caí re hippie, medio citadino. Me sacó la ficha el caballo. Yo
estaba ahí en cuero y el caballo estaba muy salvaje”. Cuenta que en el último
tiempo se enganchó con la doma racional, que busca adiestrar al animal de forma
positiva, prescindiendo de la violencia.
En
el 2012, luego de publicar su disco “Fraude”, inició un viaje a caballo desde
Dolores hasta los Valles Calchaquíes, en Salta. El producto de ese viaje fue la
horse movie “No va llegar”, que se estrenó en el BAFICI en 2015. Allí nacieron
muchas de las canciones que aparecen en “12”: “Hay muchos temas del disco que
tienen que ver con la vivencia de ese viaje”, dice. “Fue un viaje muy
inspiracional en algún punto. Tenía mucho tiempo al estar viajando, tocaba
mucho el ukelele y de manija que soy me puse a componer bastante”. Una de las
historias que resalta como anécdota, es la de “Yanasu”, que compuso en
Salavina, un pueblo en la provincia de Santiago del Estero, mientras
contemplaba el nacimiento de la cría de uno de los tres caballos que lo
acompañaron en su periplo.
-Una
de las yeguas venía preñada. No lo sabía, pero obviamente en un momento me
avivé. Fue muy lindo porque yo tenía una cámara y como estaba muy presente el
proyecto de la película, quería filmar el nacimiento. Me levantaba muy
temprano, tipo cinco y media o seis de la mañana.
Lo
que ocurrió, finalmente, fue que un día se despertó y la yegua ya había parido.
Fue un 5 de septiembre, mismo día que el nacimiento de su admirado Werner
Herzog, como señala la letra. Lo bautizó Yanasu, que significa amigo en lengua
quechua. Y ese fue también el nombre de la canción que hizo mientras le
imploraba al animal recién nacido que se pusiera de pie: Yanasu, amigo, vamos, parate, parate, que esta primavera trae tu
nombre…
-Fue
una emoción, salió ese tema que es con el que abro el primer disco. Es una
canción especial, uno tiene muchas canciones, pero hay algunas que brillan por
sí solas. Es más positiva. Yo siempre soy más refunfuñon, y esta es más Paul
McCartney, tipo “Let it be”. Tiene una energía más arriba.
No
fue el único viaje que hizo en los últimos años. Ya lleva en su haber cinco
giras por Japón, dos por Europa, sin contar la gran cantidad de presentaciones
a lo largo de la Argentina y otros países de América Latina.
-¿Cómo surgió tu
relación con Japón?
-Lo
de Japón apareció por Nico Falcoff, un productor argentino de un sello bastante
chico de Japón llamado Taiyo Records, que le mandé unos discos. Yo creo que le
interesó mi perfil, ver que era un tipo bastante ecléctico que tocaba el
bandoneón. El tocar un instrumento tan representativo de este país era una
carta a favor que tenía. Y la verdad que todos los pasos que di en Japón fueron
buenos. Tuve un enganche con los japoneses, que en cada viaje se fue
retroalimentando. No te voy a decir creciendo enormemente... Hay gente que
tiene la sensación de que: ‘ay, fui a Japón y la rompí, y lleno estadios’. Pero
es re difícil Japón también. Hoy por hoy el asunto de la subsistencia de la
música cambió mucho, es muy boutique y muy difícil en todo el mundo.
-¿Esa relación nació en
un momento donde había un interés especial por la música rioplatense: el tango,
el candombe?
-El
interés de Japón por el tango es mucho más viejo, de los años 50 o 60. También
con el folclore y, especialmente, Atahualpa Yupanqui. Eso siguió por muchos
años y hay un resabio de eso, se sabe que es el tango. Pero Japón es un país
que se interesa por todos los lugares del mundo. Ellos llaman “otakus” a los
especialistas, los freaks y enfermos de. Hay otakus de Suecia, de Argentina, de
Brasil, Cuba, Chile, etc.
-¿Pero tu enganche con
Japón pensas que vino por el lado del tango?
-De
mi público japonés muchos no saben que es el tango, no tienen ni idea. Yo entré
más por el lado del cantautor. Se dan cuenta que hay algo folclórico, algo que
no es rock n’roll. Pero mucho no se enganchan por ese lado. ¡Les interesa Tomi
Lebrero! Ese personaje ecléctico que junta músicas.
Mientras
hablamos de Japón, se le ilumina el rostro, se entusiasma. Fueron muchos viajes
por el país oriental, donde enseguida se le despertó una curiosidad desmedida
por su gente y su cultura: “El japonés tiene una idiosincrasia bastante parecida
a la nuestra. Es un país que no es central y tiene esa cosa de estar mirando a
Estados Unidos y Europa, igual que nosotros. Y también les llama la atención el
hecho de que somos opuestos en el mapa geográfico. Eso les atrae, a ellos les
gusta lo raro, somos un poco raros para ellos. Somos the ground of Japan. El suelo de Japón. Y ellos son mi suelo
también. Somos los opuestos: ellos son super aplicados y nosotros somos un
desastre. Y por otro lado tienen ciertos problemas sociales, a nivel relaciones,
que acá no tenemos ni en pedo’’.
La
tercera vez que viajó a Japón fue por invitación de Quruli, una banda japonesa que
había conocido en un viaje anterior: “La primera vez me invitaron a un festival
y después a tocar con ellos como supporting
musician.” En esa oportunidad tocaron una canción de la banda llamada
“Bremen”, compuesta por uno de sus miembros, Shigeru Kishida. Entonces, esta
vez Tomi quiso llevarles un regalo y se le ocurrió hacer su propia versión de
la canción. De ahí surgió “Krefeld”, que aparece en la quinta entrega de “12”:
“Empecé a cantar este tema, hice una adaptación para bandoneón, pero no quería
hacer una traducción del tema. Entonces me lo apropié”. En esta canción, acompañado solamente por el
fuelle, Lebrero cuenta la historia del nacimiento del instrumento en Alemania,
en Krefeld, un pueblito a 70 kilómetros de Bremen. “Dije corro la brújula 70
kilómetros y le cambio el título a la obra”, recuerda sobre el origen de la
canción: “Así que cuenta la historia de este demiurgo, inventor del bandoneón,
que era un instrumento que tenía fines proselitistas”.
De
golpe la conversación lleva a hablar del público, esa entidad tan sagrada como
enigmática para el artista. Se acomoda en el sillón mientras intenta buscar una
definición acertada: “En todos lados el público es jodido, pero acá es
diferente porque, viste, it’s my people”.
Ahora recurre a una anécdota del director estadunidense John Nicolas Cassavetes
para explicarse: “Lo querían llevar a que dé entrevistas en Europa, para
Cahiers du cinema, que es la revista de cine más importante, y decía: no me
interesa hablar, yo hago cine for my
peolpe. Como los personajes de sus películas que siempre son obreros. Yo en
un punto tenía una postura medio cassavettiana.
Por momentos me preguntaba: ¿qué hago tocando en Japón? No es mi gente. Y
después lo empecé a pensar un poco mejor y, en realidad, mi gente es cualquier
persona que se pueda emocionar con mi música. Cualquier persona que le llegue
mi música it’s my people. Acá siento
que hay gente que se copa, que le llega mi mensaje. Y en Japón, he visto a
personas llorar en mis shows. Capaz que la pata más fuerte de mi música es lo
letrístico, sin embargo hay algo que les llega, los traspasa. Y bueno, it’s my people”.
Ph. maratón: Tomás Barry
Produccion de foto: Mario Nieva
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