viernes, 23 de octubre de 2009

Ipod


Desde hace algunas semanas que en mis ratos de soledad, sea cuando camino por la calle, cuando viajo en bondi o mientras como una hamburguesa en algún local de Mc Donalds del microcentro y leo un libro o escribo boludeces en un cuaderno, bueno, en todos esos ratos desde hace algunas semanas que me acompaña un ipod. Este extraordinario artefacto electrónico que en realidad es de mi abuela, a quien prometí devolvérselo las últimas cuatro veces que la vi, parece uno de esos objetos futuristas que hay en las películas de Stanley Kubrick (la moderna casetera de Alex en La Naranja Mecánica por ejemplo). Como la profesión de mi abuelo –geólogo – requiere de viajar asiduamente, siempre trae de sus viajes al norte del continente alguna novedad tecnológica. Temo que si sigue dedicándose a esa profesión por mucho tiempo algún día aparezca con una heladera con máquina de fotos, un reloj-cuchara (¡epa, esto nadie se lo había imaginado!), un elefante que hable en francés (¿?), etc. Disculpe mi falta de imaginación. Por algo escribo en un blog, sino hubiera sido inventor. Volviendo a mi hermoso ipod blanco, tengo que aclarar que no es la última novedad del mercado. Es bastante pesado, no saca fotos, no funciona como celular, no reproduce videos, ni sirve para conectarse vía internet con seres de otras galaxias. De todos modos, no tiene nada que envidiarle a esas cositas pequeñas que la gente usa hoy en día.
El hecho de que el objeto preciado haya pertenecido en alguna época a mi abuelo (luego fue de mi abuela, hecho poco significativo en la historia del objeto) es una limitación a la hora de seleccionar la música ya que salvo Beatles, Rolling Stones, Lennon y otras pocas bandas de rock, la mayoría de la música que contiene el aparato es jazz, blues o country, estilos que están bien para escuchar acostado en la cama pero no tanto para hacerle de banda de sonido a un viaje en colectivo o una caminata por el Parque Centenario. Y otro problema mayor: la música la cargó, desde su computadora, un amigo de mi abuelo que vive en Texas y según tengo entendido (no es que sea un experto en el tema) el ipod no permite que se le cargue música desde cualquier PC. Una medida loable si su objetivo es acabar con la piratería aunque eso signifique escuchar Bob Dylan todo el día (el aparato tiene veinte discos del cantautor). Así que como no tengo pensado viajar a Estados Unidos para cambiar la música de mi ipod, empecé a implementar la función aleatorio. Puedo escuchar a los Beatles (y Lennon) todos los días y no cansarme, pero tampoco creo que sea saludable escuchar todos los días mis canciones favoritas: “Your mother should know”, “Fool on the hill”, “I’m loosing you”, “Woman”, “Mind games”, etc (no puedo dejar afuera a “Brown sugar” de los Stones). Con la implementación del método aleatorio, a la vanguardia de las nuevas formas de escuchar música, descubrí algunas bandas que hasta ahora no estaban en mi lista de "escuchables". Algunas de ellas: Grateful dead, una banda experimental de los años 60’ de la que solo sabía que su líder era Jerry García, aquel que fue parte del Acid Test que narra Tom Wolfe en su novela non-fiction Ponche de ácido lisérgico, también sabía que había tocado en Woodstock; Bill Nershi Band, una banda country que me enamoró con sus guitarras acústicas y dúos de voces; algunas cosas de Clapton; Jefferson Airplaine (historia similar a la de Grateful dead: 60’, psicodelia, LSD, Woodstock); Jimmy Buffet; etc.
Otra cosa que descubrí caminando por la calle o, en realidad, estando en cualquier lugar público con auriculares puestos, es que la banda de sonido determina las ideas que uno pueda hacerse sobre la gente que se cruza (el reproductor tiene que estar prendido, sino no vale). Por ejemplo, si estoy caminando por el Parque Centenario mientras escucho música country, veo a la gente que corre alrededor del parque y me da la sensación de que todos son felices, no se me cruza por la cabeza la idea de que toda esta gente tenga una vida de mierda cuya única felicidad diaria sea dar vueltas alrededor de un parque. También hay casos en los que la música puede determinar lo que suceda en la realidad. Por ejemplo, la otra vez cuando estaba comiendo una hamburguesa en un local de Mc Donalds, justo cuando sonó “Birthday”, canción que abre el disco dos del Álbum Blanco, descubrí que en una mesa contigua un grupo de gente festejaba un cumpleaños bochornosamente. Debo confesar que no es muy agradable estar sentado en una mesa escribiendo en un pedazo de papel atrocidades para la Historia de la Literatura, Beatles al mango, y de golpe un grupo de gente alborozada cantando canciones, haciendo alboroto, cosas que solo me recuerdan a la infancia. No se lo deseo a nadie. Tampoco le deseo a nadie no conseguir el libro de Bolaño que desea leer, escritor que admira pero que nunca leyó (¿se puede admirar a un escritor por lo que leyó de él en un suplemento cultural o por lo que le mencionó un amigo?), y que sean las nueve de la noche en un parque de mierda donde la gente da vueltas sin ningún sentido y que el único consuelo que te quede sea seleccionar la función aleatorio de tu ipod y que la próxima canción esté buena. Si el sujeto en cuestión fuera yo (hay suficientes datos en el relato que lo indican) probablemente sería muy feliz.
El barbudo que aparece en la foto, mezcla entre Jim Morrison y el baterista de Pez, es el cantante de Grateful dead, el señor Jerry García.

1 comentario:

el nuevo dijo...

Bajate el programa Sharepod que te deja pasar la música del ipod a la computadora y viceversa.