Falta poco para el mundial y ya me hice una promesa: para el próximo mundial voy a estar egresado. Este es mi segundo mundial como estudiante universitario y, si bien no es nada raro ya que tengo 23 años, mi pobre desempeño académico me obliga a hacer este tipo de promesas estúpidas. El mundial 2006 lo viví de una manera particular. Había dejado la carrera de filosofía, por lo cual estaba al pedo y me hice una panzada de partidos. Ahí va otra promesa: este mundial solamente voy a ver los partidos de Argentina y la final (sinceramente no creo que Maradona, ni mucho menos su sucedáneo, Messi, vaya a llevar a argentina a la final). Ver partidos de fútbol es una franca pérdida de tiempo, uno cree que está descubriendo algo (4-4-2 o 4-3-1-2, Bilardo o Menotti, Guardiola o Mourinho), pero al final no hay nada más estúpido que el fútbol. La hipérbole de esto es el fútbol (pos)moderno, donde el negocio y la trascendencia que se le da a un simple deporte llega a niveles irreales. Puedo decir, como dato positivo, que me enteré que en países como Trinidad y Tobago, Angola, o Togo se juega al fútbol. Es algo.
Tengo una imagen previa al mundial 2006 patente en la mente. Caminaba hacia la facultad de filosofía cuando pasé por un pequeño bar que estaba sobre Puán. Había algunos viejos que por poco no estaban colgados del televisor. Estaban viendo la semifinal de la Champions League. Jugaba el Arsenal de Henry contra el Villareal de Riquelme. Faltaban cinco minutos para que terminara el partido que ganaba el club inglés por 1 a 0, cuando cobraron penal para el Villareal. La historia es conocida: Riquelme con una cara de miedo terrible (como si se le hubiera aparecido el fantasma de Amadeo Carrizo) pateó una masita al medio y su equipo quedó eliminado.
Mientras escribo esto el Inter juega contra el Barcelona la semifinal de la Champions. No voy a ver el partido. Ya dije que ver fútbol es una pérdida de tiempo. Además si no me pongo a estudiar me voy a recibir el día que Messi levante la Copa del Mundo. O sea, nunca.
Todos los mundiales, especialmente aquellos en los que la Argentina queda eliminada, son recordados por un episodio. El mundial del 94 es recordado por el doping positivo a Maradona y la célebre frase “me cortaron las piernas”, el del 98 por el cabezazo de Ortega a Van Der Sar, el del 2002 por el gesto con la mano de Verón. El del 2006 se lo disputan: la cara de Riquelme cuando es reemplazado en el partido contra Alemania (es difícil darle ese carácter especial ya que la cara de Riquelme es siempre la misma), Messi haciéndose el que estaba triste porque habíamos quedado eliminados, el Pato haciéndose el lesionado, Cambiasso pateando penales, el programa de Bilardo y el Bambino Veira. Sin embargo, da la sensación que el mundial 2006 no debe ser recordado por nada.
Desde que Maradona colgó los botines en 1994 (aunque en 1996 volvió a vestir la casaca de Boca más como una confirmación de la frase de Marx que dice que la historia se da primero como tragedia y luego se repite como parodia que otra cosa; en su caso la parodia y la tragedia se reproducen constantemente, su vida se parece a la película de Woody Allen Melinda y Melinda, no sabes si llorar o cagarte de risa), desde el periodismo deportivo se abrió el debate por la sucesión del 10. Me queda la duda si desde entonces pasaron más presidentes por el sillón de Rivadavia o futbolistas por el sillón de Maradona. Básicamente el problema de todos esos jugadores, que rápidamente fueron enaltecidos por el periodismo para luego ser destrozados, es la cara. Ortega tiene cara de borracho, Riquelme tiene cara de culo, Aimar tiene cara de payaso, Messi… El problema de Messi es que tiene cara de nada. La expresión que pone cuando juega al fútbol o cuando canta el himno es la nada misma. Sartre debe estar revolcándose en la tumba mientras escribo esto. El problema de los presidentes creo que es otro.
El fenómeno de la idolatría en el fútbol es algo muy común, no por ello fácil de explicar. En el caso de los clubes está signada por la actitud, los huevos, los goles, una roja, títulos, romperla en un clásico (salvo casos excepcionales como el del Ogro Fabbiani en River que se dio por vender humo). En la selección argentina el procedimiento es diferente. Todos los jugadores son considerados unos muertos, unos ladrones y unos hijos de puta. Salvo que ganen un mundial.
Hay un tema común a todos los mundiales que es la espera. Me acuerdo de un mundial, creo que fue el de 2002, que había un cartel enorme en una avenida que te marcaba los días, horas, minutos y segundos que faltaban para el inicio de la Copa del Mundo. Como diría Antonio Di Benedetto, el hombre es víctima de la espera. Estamos acostumbrados a esperar: el amor, la muerte, el verano, que Messi rinda en la selección, que toque Paul McCartney en la cancha de River, el próximo capítulo de Lost, al mismísimo Godot… y el mundial. Banco a Di Benedetto pero, francamente, es un fucking mundial, tampoco da para tanto.
Faltan 41 días, 11 horas, 15 minutos, 30 segundos para que empiece el mundial.
Tengo una imagen previa al mundial 2006 patente en la mente. Caminaba hacia la facultad de filosofía cuando pasé por un pequeño bar que estaba sobre Puán. Había algunos viejos que por poco no estaban colgados del televisor. Estaban viendo la semifinal de la Champions League. Jugaba el Arsenal de Henry contra el Villareal de Riquelme. Faltaban cinco minutos para que terminara el partido que ganaba el club inglés por 1 a 0, cuando cobraron penal para el Villareal. La historia es conocida: Riquelme con una cara de miedo terrible (como si se le hubiera aparecido el fantasma de Amadeo Carrizo) pateó una masita al medio y su equipo quedó eliminado.
Mientras escribo esto el Inter juega contra el Barcelona la semifinal de la Champions. No voy a ver el partido. Ya dije que ver fútbol es una pérdida de tiempo. Además si no me pongo a estudiar me voy a recibir el día que Messi levante la Copa del Mundo. O sea, nunca.
Todos los mundiales, especialmente aquellos en los que la Argentina queda eliminada, son recordados por un episodio. El mundial del 94 es recordado por el doping positivo a Maradona y la célebre frase “me cortaron las piernas”, el del 98 por el cabezazo de Ortega a Van Der Sar, el del 2002 por el gesto con la mano de Verón. El del 2006 se lo disputan: la cara de Riquelme cuando es reemplazado en el partido contra Alemania (es difícil darle ese carácter especial ya que la cara de Riquelme es siempre la misma), Messi haciéndose el que estaba triste porque habíamos quedado eliminados, el Pato haciéndose el lesionado, Cambiasso pateando penales, el programa de Bilardo y el Bambino Veira. Sin embargo, da la sensación que el mundial 2006 no debe ser recordado por nada.
Desde que Maradona colgó los botines en 1994 (aunque en 1996 volvió a vestir la casaca de Boca más como una confirmación de la frase de Marx que dice que la historia se da primero como tragedia y luego se repite como parodia que otra cosa; en su caso la parodia y la tragedia se reproducen constantemente, su vida se parece a la película de Woody Allen Melinda y Melinda, no sabes si llorar o cagarte de risa), desde el periodismo deportivo se abrió el debate por la sucesión del 10. Me queda la duda si desde entonces pasaron más presidentes por el sillón de Rivadavia o futbolistas por el sillón de Maradona. Básicamente el problema de todos esos jugadores, que rápidamente fueron enaltecidos por el periodismo para luego ser destrozados, es la cara. Ortega tiene cara de borracho, Riquelme tiene cara de culo, Aimar tiene cara de payaso, Messi… El problema de Messi es que tiene cara de nada. La expresión que pone cuando juega al fútbol o cuando canta el himno es la nada misma. Sartre debe estar revolcándose en la tumba mientras escribo esto. El problema de los presidentes creo que es otro.
El fenómeno de la idolatría en el fútbol es algo muy común, no por ello fácil de explicar. En el caso de los clubes está signada por la actitud, los huevos, los goles, una roja, títulos, romperla en un clásico (salvo casos excepcionales como el del Ogro Fabbiani en River que se dio por vender humo). En la selección argentina el procedimiento es diferente. Todos los jugadores son considerados unos muertos, unos ladrones y unos hijos de puta. Salvo que ganen un mundial.
Hay un tema común a todos los mundiales que es la espera. Me acuerdo de un mundial, creo que fue el de 2002, que había un cartel enorme en una avenida que te marcaba los días, horas, minutos y segundos que faltaban para el inicio de la Copa del Mundo. Como diría Antonio Di Benedetto, el hombre es víctima de la espera. Estamos acostumbrados a esperar: el amor, la muerte, el verano, que Messi rinda en la selección, que toque Paul McCartney en la cancha de River, el próximo capítulo de Lost, al mismísimo Godot… y el mundial. Banco a Di Benedetto pero, francamente, es un fucking mundial, tampoco da para tanto.
Faltan 41 días, 11 horas, 15 minutos, 30 segundos para que empiece el mundial.
4 comentarios:
si argentina sale metes campeon donde te metes anacoreta!!!!!!!!!
nose, no creo q mirar futbol sea una perdida de tiempo (a no ser q sea la liga italiana). en ese sentido se parece a fumar, es pretender hacer algo cuando en realidad no estas haciendo nada.
y lo de la cara, y messi, es verdad.
saludos desde chile. buen blog, llegue por lo de whateever works.
no, no conocia a fabian casas, pero antes de leerlo ya me cayó bien porque se llama igual que yo y según la wiki estudió lo que mismo que estoy estudiando yo. en una de esas me compro el libro de cuentos que se ve interesante. Lo voy a buscar en las librerías.
saludos
alguien vio la tapa de la revista un caño??
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