sábado, 16 de enero de 2010

Queremos tanto a Julio


Sé que por decir esto podría caer en un esnobismo o en cierta tendencia cool que predomina en los círculos de intelectuales, pero no es esa mi intención. Mi cuarto es el lugar más desordenado que ha visto jamás la humanidad, y lo peor de todo es que eso ocurre sin que yo me lo proponga. Si bien hay cierta desidia de mi parte y voy acumulando papeles sobre la cama, sobre el piano, o en el piso si no queda libre otro espacio, parece que hubiera una fuerza extraña o un designio de la naturaleza que convirtiera todo lo que ingresa por la puerta de mi cuarto en un basural. Pero no me molesta. Trato de que mi escritorio y mi cama queden libres y camino dando saltos para no llevarme nada puesto, aunque a veces resulta inevitable. No así a mi mamá que lo declaró zona liberada de la casa y ya no entra ni para pasar la aspiradora, lo cual implica un grave problema ya que lentamente el polvo y las telarañas se fueron adueñando del territorio. Sin embargo, dos o tres veces al año me veo obligado a hacer un reciclaje. Este reciclaje consiste en una selección. Voy separando las cosas y les pongo una etiqueta mental: revistas de rock, revistas de los años 70 (algunos números de Pelo y Expreso imaginario que compré en Parque Centenario), libros a leer (algunos que no voy a leer jamás), libros para archivar en la biblioteca, objetos de valor (estos casi nunca tienen valor económico sino más bien un agregado emocional), recortes de diario, algunas cosas para tirar, no muchas, y algún que otro inclasificable. Y así comienza un nuevo ciclo donde el desorden rápidamente vuelve a adueñarse de mi cuarto.
Hace algunos días cuando ordenaba mi cuarto me encontré con un viejo artículo sobre Julio Cortázar. Quiza no sea coincidencia esta introducción ya que la idea de una fuerza extraña que opera sobre mi cuarto desde el más allá para mantenerlo en desorden parece más el argumento de un cuento de Cortázar que otra cosa. El artículo es de Gonzalo Garcés y se llama “Queríamos tanto a Julio” en alusión al cuento de Cortázar “Queremos tanto a Glenda” que narra los intentos de unos fanáticos de la actriz Glenda Garson (en clara referencia a la actriz británica Glenda Jackson que Cortázar admiraba) por preservar su obra y para lo que realizan extraños operativos con el fin de que su figura no sea manchada cuando en el ocaso de su carrera empiezan a aparecer películas suyas de escaso nivel. Tal vez en ese sentido no sea obra del azar el título que eligió Garcés para su artículo. El escritor argentino hace un repaso de la obra cortazariana renegando de su propia genialidad. Basta con leer las primeras líneas: “¿Por qué Cortázar es tan malo? ¿Por qué Cortázar es tan bueno?”. Se describe a si mismo como un rehén con síndrome de Estocolmo, que fue seducido (o secuestrado) por la obra de Cortázar en su pasado, pero que no puede dejar de quererlo. Cortázar es un autor para adolescentes. Cortázar es un esnob. Cortázar es un romanticista. Cortázar es condescendiente. Mientras leo la lista de improperios que este escritor lanza en contra del hombre que aparecía en las fotos siempre desaliñado, con la barba desprolija, y nunca sin un cigarrillo en la boca o entre los dedos largos, me acuerdo de un ensayo de Fabián Casas. Se llama “Tarde en la noche, viendo a Cortázar”. Ahí el poeta de Boedo cuenta como se emocionó hasta las lágrimas una noche en la que se encontró con una entrevista televisiva que le hace un gallego a Cortázar. Se emociona recordando su adolesencia y su iniciación en la obra cortazariana. Se quiebra. “Cortázar tiene razón. Quiero que vuelva. Que volvamos a tener escritores como él: certeros, comprometidos, hermosos, siempre jóvenes, cultos, generosos, bocones.”, dice Casas. Al final cuenta como llamó a su amigo Santiago, que probablemente sea Santiago Vega, más conocido como Washington Cucurto, o tal vez no, y le dice: “Che, Aira nos cagó, la literatura argentina cayó en la trampa de Aira, ¡es un agente de la CIA! Los escritores serios, los grandes gigantes son mirados de soslayo…”. Por eso mismo al releer la nota de Garcés me sorprendo de su desonfianza en la obra de Cortázar. ¿Por qué desconfiar de la obra de un genio? No me banco a la gente que reniega de la obra de Cortázar por tres o cuatro libros no tan geniales. Casi siempre en esta lista entran “Libro de Manuel”, una novela que escribió rápidamente y cuyos fondos fueron destinados a la causa nicaraguense, que está llena de métaforas sobre la lucha armada, pero que no por eso es un texto político y que tiene pasajes interesantes. Cortázar decía algo así como que la gente de izquierda lo discriminaba por ser escritor y que los escritores lo criticaban por ser de izquierda. Se suman a esta lista los cuentos que escribió en su última etapa, también llenos de metáforas sobre la lucha armada. Algunos muy buenos como “La noche de Mantequilla”. Y ese híbrido literario que es “62/Modelo para armar”.
Ahora pienso: ¿por qué en vez de caer en esa crítica falaz no seguir el ejemplo de Casas y llorar como maricas añorando las épocas en que leímos “Rayuela” o “El perseguidor”? Algo así sentí cuando encontré ese artículo de diario viejísimo, de 2004, y ví la foto de Julio con la barba enredada y el cigarrillo entre los labios.

3 comentarios:

valeria dijo...

Me encantó tu opinión, me colgué leyéndola porque era de Julio...y si bien recién ahora estoy adentrándome en su literatura...los dos libros y los cuentos que leí me encantaron.
Me gustaría elaborar un comentario más al tono con tu entrada pero hace muchas muchas horas que no duermo.
Saludos!

el nuevo dijo...

Yo guardo todo en una caja y se mete en la parte superior del ropero o debajo de la cama. Tal vez algún día un agujero negro se abra en mi cuarto y quede finalmente ordenado.
Buen artículo (no post).

valeria dijo...

Sigue Un Mundo Feliz en la biblioteca o ya está sacando raíces? :)